A favor:
La biotecnología, una esperanza para el tercer mundo.
Los alimentos genéticamente modificados son cuestionados entre los europeos bien alimentados, pero, según Bill Gates, presidente de Microsoft, son los países pobres los que más los necesitan.
Las estadísticas sobre crecimiento de la población y hambre son preocupantes. El año pasado, la población mundial llegó a los 6.000 millones. Y Naciones Unidas calcula que hacia el año 2050 probablemente rondará los 9.000 millones. Casi todo ese crecimiento se producirá en los países en vías de desarrollo. Al mismo tiempo, la superficie de tierra cultivable por persona es cada vez menor. Las tierras arables no han cesado de disminuir desde 1960 y se reducirán a la mitad en los próximos 50 años, según el Servicio Internacional para la Adquisición de Aplicaciones Agro-Biotécnicas.
Naciones Unidas calcula que aproximadamente 800 millones de personas en el mundo están infraalimentadas. Los efectos son devastadores. Cerca de 400 millones de mujeres en edad de tener hijos padecen deficiencias de hierro, lo que significa que sus bebés corren el riesgo de sufrir diversos defectos congénitos. Nada menos que 100 millones de niños sufren carencia de vitamina A, una de las principales causas de ceguera. Decenas de millones de personas sufren otras importantes dolencias y deficiencias nutritivas causadas por la falta de alimentos.
En este aspecto la biotecnología es de gran ayuda. Los biotecnólogos han desarrollado un arroz genéticamente modificado reforzado con beta-carotenos -que el cuerpo convierte en vitamina A- y hierro, y trabajan en otros tipos de cultivos con sus características nutritivas mejoradas.
La biotecnología puede mejorar también la productividad agrícola en lugares donde la escasez de alimentos es consecuencia de daños en las cosechas atribuibles a las plagas, la sequía, terrenos pobres y virus, hongos y bacterias que afectan a los cultivos.
El daño que causan las plagas es increíble. El barrenador del maíz europeo, por ejemplo, destruye anualmente 40 millones de toneladas de la cosecha mundial, aproximadamente el 7% del total. La introducción de genes resistentes a las plagas en las semillas puede contribuir a restaurar el equilibrio. Y en las pruebas con algodón resistente a las plagas en África, las cosechas han aumentado considerablemente. Hasta el momento, los temores a que los cultivos transgénicos resistentes a las plagas puedan matar no sólo a los insectos perjudiciales sino también a los beneficiosos parecen carecer de fundamento.
Muchos científicos creen que la biotecnología podría aumentar la productividad de las cosechas, en general en los países en vías de desarrollo, en un 25% y contribuir a evitar la pérdida de cosechas una vez recolectadas.
Sin embargo, a pesar de todas estas promesas, la biotecnología dista mucho de ser la solución total. En los países en desarrollo la pérdida de cosechas es sólo una de las causas del hambre. El papel principal lo desempeña la pobreza. En la actualidad, más de mil millones de personas en todo el mundo disponen de menos de 200 pesetas diarias. La disponibilidad de alimentos transgénicos no reducirá el hambre si los agricultores no pueden permitirse el producirlos o si la población local no puede permitirse el comprar los alimentos que ellos producen.
Los alimentos genéticamente modificados son cuestionados entre los europeos bien alimentados, pero, según Bill Gates, presidente de Microsoft, son los países pobres los que más los necesitan.
Las estadísticas sobre crecimiento de la población y hambre son preocupantes. El año pasado, la población mundial llegó a los 6.000 millones. Y Naciones Unidas calcula que hacia el año 2050 probablemente rondará los 9.000 millones. Casi todo ese crecimiento se producirá en los países en vías de desarrollo. Al mismo tiempo, la superficie de tierra cultivable por persona es cada vez menor. Las tierras arables no han cesado de disminuir desde 1960 y se reducirán a la mitad en los próximos 50 años, según el Servicio Internacional para la Adquisición de Aplicaciones Agro-Biotécnicas.
Naciones Unidas calcula que aproximadamente 800 millones de personas en el mundo están infraalimentadas. Los efectos son devastadores. Cerca de 400 millones de mujeres en edad de tener hijos padecen deficiencias de hierro, lo que significa que sus bebés corren el riesgo de sufrir diversos defectos congénitos. Nada menos que 100 millones de niños sufren carencia de vitamina A, una de las principales causas de ceguera. Decenas de millones de personas sufren otras importantes dolencias y deficiencias nutritivas causadas por la falta de alimentos.
En este aspecto la biotecnología es de gran ayuda. Los biotecnólogos han desarrollado un arroz genéticamente modificado reforzado con beta-carotenos -que el cuerpo convierte en vitamina A- y hierro, y trabajan en otros tipos de cultivos con sus características nutritivas mejoradas.
La biotecnología puede mejorar también la productividad agrícola en lugares donde la escasez de alimentos es consecuencia de daños en las cosechas atribuibles a las plagas, la sequía, terrenos pobres y virus, hongos y bacterias que afectan a los cultivos.
El daño que causan las plagas es increíble. El barrenador del maíz europeo, por ejemplo, destruye anualmente 40 millones de toneladas de la cosecha mundial, aproximadamente el 7% del total. La introducción de genes resistentes a las plagas en las semillas puede contribuir a restaurar el equilibrio. Y en las pruebas con algodón resistente a las plagas en África, las cosechas han aumentado considerablemente. Hasta el momento, los temores a que los cultivos transgénicos resistentes a las plagas puedan matar no sólo a los insectos perjudiciales sino también a los beneficiosos parecen carecer de fundamento.
Muchos científicos creen que la biotecnología podría aumentar la productividad de las cosechas, en general en los países en vías de desarrollo, en un 25% y contribuir a evitar la pérdida de cosechas una vez recolectadas.
Sin embargo, a pesar de todas estas promesas, la biotecnología dista mucho de ser la solución total. En los países en desarrollo la pérdida de cosechas es sólo una de las causas del hambre. El papel principal lo desempeña la pobreza. En la actualidad, más de mil millones de personas en todo el mundo disponen de menos de 200 pesetas diarias. La disponibilidad de alimentos transgénicos no reducirá el hambre si los agricultores no pueden permitirse el producirlos o si la población local no puede permitirse el comprar los alimentos que ellos producen.
La contaminación biológica puede ser el mayor peligro resultante de la ingeniería genética. A través de accidentes y falta de controles adecuados nuevos organismos vivos, bacterias y virus podrían escapar para reproducir, migrar y mutar. Existe la posibilidad, aun que pequeña, de pasar sus nuevas características a otros organismos que nunca se podrán recuperar o contener una vez libres en el medio ambiente. Esto es una invitación a una alteración ecológica desastrosa.